Entrevista con Alfredo Alcón sobre Piel de Verano

Alfredo Alcón y Leopoldo Torre Nilsson

Entrevista telefónica realizada por Fernando Morelli y Sabrina Odoguardio:

-Yo tengo entendido que la película “Piel de verano” se rodó con un equipo muy reducido de personas, no más de veinticinco ¿Esto es así?

-Alfredo Alcón: Vos sabés que yo no tengo presente eso, puede ser. A mí lo que me interesaba era estar allí y estar con Nilsson, pero cuanta gente había...todavía no tenía capacidad para darme cuenta de otra cosa más que del hecho de estar trabajando con él ¿no?

-¿Pero había una diferencia importante con respecto a “Un guapo del 900” en cuanto a producción?

-A.A.: Te mentiría si te digo que me doy cuenta. Yo apenas me doy cuenta de cómo tengo que hacer el personaje y mi relación con la cámara. Yo lo veía a Leopoldo y no veía más que a Leopoldo. Y después estaba Anibal Di Salvo que siempre hacía la cámara y la luz. Pero si después había quince o había ocho [personas], no me quedó registrado. No digo que no sea importante. Es probable que se haya hecho con un elenco reducido pero no sería yo el indicado para decírtelo.

-¿Vos tuviste oportunidad de leer el cuento de Beatriz antes de componer el personaje de Martín?

-A.A.: No. Leí directamente el guión de la película.

-¿Recordás qué te dijo Leopoldo sobre tu personaje?

-A.A.: Leopoldo no era un director de explicarte. Él creaba un clima y te decía, por ahí, una palabra. Pero no es que te sentaras en una mesa a discurrir sobre cómo es el personaje. Yo por lo menos nunca lo hice con Nilsson. Conmigo era entrar al lugar donde se filmara y entonces me decía: “Bueno...acordate que venís de allí” y “cómo te sentirías ahora”. A veces me decía cosas mientras yo estaba actuando, me decía: “sentís un ruido... asombrate” “¡Mirá para allá!” Y yo lo hacía.

-¿él trabajaba con ensayos o directamente se tiraba la toma?

-A.A.: Muy pocos ensayos. Yo no me acuerdo de haber ensayado con él.

-¿Eso a vos te servía para interpretar?

-A.A.: A mí me servía él. Me servía el clima que él creaba de trabajo. Donde todo el mundo ponía lo mejor de sí. Porque era un hombre que nunca lo oías gritar, ni estar de mal humor. Sino que creaba un clima de trabajo muy creativo y él confiaba mucho en el otro. Yo no sé muy bien qué le pasaba a él por dentro, porque uno nunca sabe qué le pasa al otro realmente por dentro, pero la impresión que me daba es que él se rodeaba de gente en la que creía. Cuando alguno venía con algún problema Nilsson le decía: “Yo confío en usted”, entonces el otro lo iba a hacer de la mejor manera posible. Creo que a él no le gustaba el ensayo previo, hay muchos directores que detestan los ensayos previos y otros creen que son fundamentales, y cada cuál tiene sus maneras y sus necesidades. Pero Leopoldo no era de ensayar.

-¿Vos recordás si Beatriz estaba en el rodaje?

-A.A.: Beatriz estaba siempre. Preocupándose si hacía calor por llevarle un helado, si hacía frío de llevarle algo caliente. Ella estaba escribiendo sus cosas, sentada donde fuera en el medio del despelote de la filmación, ella estaba aislada en lo suyo, escribiendo, pero con una antena muy atenta a todo lo que Leopoldo necesitara.

-¿Vos recordás si Beatriz te dijo algo sobre la relación entre los personajes?

-A.A.: No, no me dijo nada.

-¿Vos recordás qué dificultad te presentó el personaje al momento de componerlo?

-A.A.: Bueno, lo que te pasa con todos. Tratar de meterse en ese clima, bueno... no con ése especialmente. Había una cosa melancólica de ese hombre que estaba enfermo y que le mentían. Había una cosa de no vivir en la realidad. Un miedo a enfrentarse con la realidad.

-Viendo la película observamos que él habla todo el tiempo y no la deja hablar a ella.

-A.A.: No debe tener muchas ganas de saber mucho,  más que lo que él necesita, que es lo que  se imagina de ella, que datos concretos de ella. Ha pasado mucho tiempo y yo no guardo memoria de mis experiencias con los personajes. Creo que seguramente están en mí pero no las tengo concretas. Como para decirte a mí me pasó tal cosa. Son como paisajes donde uno se mete. Lugares donde uno entra y ve unos colores. Ve unas formas, unos árboles, unos ríos y una montaña o un desierto y después te vas a otro lado. Y eso no es que no te queda; te queda pero no conscientemente. Yo estoy seguro que todavía hay algo en mí del personaje de “Piel de verano” pero no lo tengo consciente. Nilsson trabajaba mucho con eso, por eso nos entendíamos tan bien, no creía en las palabras concretas sino que buscaba la ambigüedad: la no concreción de un pensamiento para hacer una escena. Así como cuando uno está viviendo no está consciente de cada gesto que hace ni de las motivaciones, cree que lo hace por una cosa pero en realidad lo hace por otra. Es decir, todo ese mundo, que era también el mundo de Beatriz, donde lo no concreto es mucho más atractivo que el cerrar la puerta a la verdad, o abrirla, o mirar para la derecha o para la izquierda.

-Es como que se supeditaba a lo que pasaba en ese instante, por eso no ensayaba.

-A.A.: Yo creo que un poco sí. Un poco era eso. Por eso él creaba esos climas de trabajo. Yo al principio pensaba: “¡cómo pierde el tiempo!”. Cuando venía un actor que no tenía que hacer nada, que tenía que pasar por delante de la cámara y decir: “Buenas tardes”, él lo llevaba aparte, le preguntaba...cuando terminaban de hablar, yo no sé de qué hablaban, pero cuando el otro se daba vuelta y venía de hablar con Nilsson venía como flotando porque le había preguntado su opinión sobre la escena. Un día yo le dije que me parecía una pérdida de tiempo, y él me decía que no porque “hablando con el actor, por ejemplo, enciendo una lamparita de creatividad, un estado de que soy necesario y que lo que siente es importante para contar el cuento, que hace que se sienta imprescindible y que por lo tanto crezca como actor. En cambio si lo tratás diciéndole: vení para acá, andá para alla... el otro se siente como un mueble.” Era un hombre muy delicado con un gran sentido del humor. Un humor muy especial, por otro lado. Era leve, era difícil de definir (por suerte).

-Volviendo a la peli. Nosotros vemos que la interpretación tuya es más expresiva y gestual y la interpretación de Graciela es sutil en los gestos, aunque es ella la que tiene el conflicto interno ¿Leopoldo les planteó estas diferencias?

-A.A.: No sé cuales serían los diálogos entre Leopoldo y Graciela.

-¿Y con vos? Con esa enfermedad tan mostrada, tan a flor de piel.

-A.A.: Eso sí. Me decía que era un hombre que vivía a partir de su enfermedad. Pero con muy pocas palabras, te repito, eran sensaciones... que me miraba de una manera, o había un aliento, una respiración que él creaba en el momento, que producía un determinado estado. Por otro lado, la visión de una película, o de una obra de arte, o de cualquier cosa en la vida, es tan subjetiva que a lo mejor lo que vos ves; que lo ves concretamente: que Graciela estaba de tal manera y yo estaba de otra, es una visión tuya. Pero a lo mejor otro ve otra cosa completamente distinta. Y eso es lo bueno. Las opiniones humanas son completamente subjetivas. ¿Como se puede ser objetivo? Decir esto es así. Esto,  para mí el jueves 21 cuando la vi a las nueve de la noche, era así. Pero a lo mejor la volvés a  ver y ya no es así. Porque las cosas siguen estando vivas, y vos también por otro lado, porque como no sos sólido, sos líquido. Tu opinión es una opinión efímera. No es un mandamiento. No es una ley escrita.

-Pero es una opinión que está interpretada de la película

-A.A.: pero vos de la novena sinfonía de Beethoven podés hablar quinientas cosas, cada persona escucha una cosa distinta. Porque entre más rico es lo que ves, más ecos tienen en vos y más colores ve la gente. Por eso una gran obra... pasan quinientos años y se sigue haciendo “Rey Lear” como si se hubiera escrito ayer y cada generación le encuentra nuevas cosas, y cada espectador que lo ve encuentra algo distinto: ¿Por qué? Porque eso está vivo y uno no lo puede cosificar con una mirada juzgadora: Decir que esto es así y lo otro es así. Es así ese día que vos lo viste. Ese día en que vos estabas en ese estado. Pero si volvés a ver la película date la libertad de pensar que a lo mejor vas a encontrar otras cosas mejores o peores.

-Pero también hay una frescura en las películas de Leopoldo que nos permite a nosotros encontrar en ellas cosas que en su momento no se encontraron.

-A.A.: Por supuesto. En la medida que la obra tenga una mirada de eternidad. Una mirada de tiempo y no que sea circunscripto a la cosa más cotidiana y concreta, la obra tiene unas alas a las cuales uno no puede ponerle debajo un calificativo como si fuera una mariposa disecada. La obra está viva y como vos que la estás viendo también estás vivo, tu opinión es interminable. Se acaba cuando uno ya no tiene más ganas de buscar.

-¿Vos recordás cómo se recibió la película en su momento?

-A.A.: Yo creo que no fue un gran éxito. Por otro lado casi ninguna película de Nilsson de esa época lo tenía. Eran éxitos mas bien...

-Afuera

-A.A.: Sí, fuera y también alguna crítica especializada. Pero en general no causaban ni en la mayoría del público ni en nadie, nada demasiado entusiasta. Él tenía una actitud bastante libre sobre eso. La mirada del otro no lo limitaba. Yo creo que él sentía que él estaba más allá de eso.

-¿Vos por qué pensás que eso es así? ¿Por qué esa liviandad ante la película?

-A.A.:  Porque [existía] cierta teoría sobre que un intelectual, ya el calificativo: sos un intelectual. Hacés un cine para intelectuales. Al público le hacen creer que eso no es para ellos, entonces la gente por ahí no va. O va pero no está preparada porque está acostumbrada a ver una cosa menos imaginativa. Entonces cuando ves una imaginación que no se parece a la mayoría de las cosas que has visto; hay un desconcierto que hace que uno se sienta alejado de eso que, por ahí , es lo que necesita. Un hombre se puede morir en medio del campo sin conocer la penicilina que la necesitaba para curarse de la enfermedad y sin conocer a Bach, y no quiere decir que no sea esencial para un hombre conocer a Bach, sin embargo ¿Cuántos hombres conocen a Bach? Para circunscribirnos a esta película, que no es Bach desde luego, pero que trata de ser algo más que el cuentito formal de una historia.

-Hay una búsqueda

-A.A.: Hay un cierto desconcierto en un público que, no por culpa del público, no  está acostumbrado a la búsqueda de nuevos caminos para contar las cosas. Más allá de los defectos que podía tener la película y de su creador, que era un hombre que se estaba buscando a sí mismo, no es que encontraba y que todo lo que hacía era perfecto, sino que estaba buscándose. Hay películas de Nilsson que a mí no me gustan nada y otras películas que me gustan mucho.

-¿Podemos saber cuáles?

-A.A.: No. pero yo creo que Nilsson podía hacer cosas mejores que “El santo de la espada”, o el libro del Santo de la espada que estuvo censurado, aún ese libro no se podía estrenar. Hay que pensar en las condiciones en las que trabajó Nilsson... Si Fellini hubiera nacido en Bolivia no se hubiera enterado de que era Fellini. Ninguno de nosotros puede estirar los brazos todo lo que te da el brazo. Nilsson vivió siempre o perseguido por la censura, o perseguido por la censura económica. Faltando plata para hacer las cosas como el quería. De pronto le venía un desgano, un cansancio. Después se volvía a entusiasmar. Por ahí hacía “El santo de la espada” para poder hacer después algo que le gustara más. Tenía que arreglar. Sobrevivir. Como todo latinoamericano que lo que sabemos hacer es sobrevivir. Vivir no sabemos muy bien qué es.

-¿Vos cómo interpretás la relación creativa entre Beatriz y él?

-A.A.: eso era amor. Se podía palpar cuando estaban juntos. Eso no quería decir que se llevaran siempre bien. Se peleaban. Él la dejaba en el medio del campo y ella se quedaba lo más tranquila escribiendo en medio de las vacas y él espiaba por el retrovisor y me preguntaba: “¿Qué está haciendo? ¿Decime qué está haciendo?”, “Nada, se sentó a escribir”. Bromeaban, él le decía “Si yo viera un poco más, yo te largaba. Pero como no veo”. Más allá de las bromas, vos te dabas cuenta que había amor. Beatriz, cuando él murió, había días que no podía soportar más el no estar esperándolo y se iba al aeropuerto de Barajas a la hora que venían aviones de Argentina, sabiendo por supuesto que él ya no iba a venir porque había muerto, pero había segundos donde tenía esperanzas de verlo aparecer. La relación era de amor: un hombre y una mujer que se amaban, se peleaban y se necesitaban el uno al otro esencialmente.

-En una biografía sobre Leopoldo [“El gran Babsy” de Mónica Martin] él dice “Si tengo que hacer la película de un enano: la hago con Alfredo Alcón, si tengo que  hacer la película de un gigante: la hago con Alfredo Alcón, si tengo que hacer cualquier película la hago con Alfredo Alcón.

-A.A.: él me regaló afecto, cariño y fe en mí. Él me ayudó a crecer como persona, como actor. Son esos regalos que te puede hacer un alma muy generosa y esa frase es una gran generosidad hacia otro. No es que yo me la mereciera sino que él tenía la capacidad de ser generoso.

viernes 23 de noviembre de 2007




Babsy, Beatriz y Graciela Borges

Leopoldo Torre Nilsson,  Graciela Borges y Beatriz Guido

El realizador argentino Leopoldo Torre Nilsson y la escritora Beatriz Guido rodean con afecto a una de sus colaboradoras preferidas: la actriz Graciela Borges, durante la recepción de un premio.

"La agonía del escritor frente al cine" por Beatriz Guido

Beatriz Guido

En octubre de 1970, Leopoldo Torre Nilsson y Beatriz Guido fueron invitados a disertar sobre cine y literatura en la "Semana de literatura y cine argentino" llevada a cabo en la ciudad de Mendoza. 

Dos años después, la facultad de Filosofía y letras de la Universidad Nacional de Cuyo hizo una publicación donde se transcribieron las disertaciones de ambos artistas.

Transcribimos a continuación la desgrabación de la conferencia de Beatriz Guido, editada bajo el título "La agonía del escritor frente al cine":

Tendría que hablar veinte minutos solamente para agradecer las palabras del profesor Ruiz Díaz. No es sólo admiración lo que me une a él y me parece que un profesor y un escritor como el que ustedes tienen en la cátedra es más que un regalo en este momento histórico que vive la Argentina. Pero como los minutos vuelan debo iniciar el tema. No sé si son los mismos rostros porque debo hacerles otra confidencia, recuerdo siempre lo que dice [Adolfo] Bioy Casares y lo que decía en una época [Jorge Luis] Borges: no hay nada que le cueste más al escritor que hablar en público. Por lo general un buen escritor es la mayor parte de las veces muy mal conferencista y peor charlista, pero creo que ha llegado el momento en que el escritor o intelectual dé la cara, se comunique y eso lo pienso desde hace varios años y por eso es que un poco avergonzadamente me estoy enfrentando a los públicos, al alumnado y trato de salir airosa lo mejor posible.
El tema de esta charla es la situación del escritor en el cine. Es definitivamente bien dolorosa para aquellos que piensan que el cine es un arte. El cine indudablemente lo es y eso ni siquiera vamos a intentar definirlo ni discutirlo, pero solamente es un arte cuando está en la exclusiva función y en manos del director, es decir cuando el director es autor de su film; el director técnico, el director que solamente sirve como técnico para expresar un buen libreto cinematográfico, en esta excepcional Semana de Cine creo que no interesa. Por eso el director-autor tiene que ser un ser terriblemente despiadado y para ser terriblemente despiadado tiene que dejar en su camino o aceptar en su camino, o los que se acercan a él entregarse, para poder mutilar y claudicar al servicio de un nuevo lenguaje, que es el lenguaje cinematográfico, a todos lo que lo rodean y en ese rodeo caen el autor y el libretista. Hace tres años, estando en Nueva York, [Alain] Resnais cuatro años después de "Hace un año en Marienbad" [l'Année dernière à Marienbad, Francia, 1961]  había viajado a Nueva York e intentaba, con unos editores amigos, que le consiguieran una entrevista con [J.D.] Salinger porque todas sus ambiciones estaban en llevar, en ese momento, a la pantalla, uno de los cuentos más importantes contemporáneos de la literatura norteamericana, que es "Un día perfecto para el pez banana" y quería los derechos y la autorización de Salinger. No hubo forma ni de encontrarlo ni de comunicarse con él; se negó rotundamente a entregarle los derechos a pesar de la profunda admiración que tenía por Resnais y era porque tenía ante sí la imagen de lo que significa el autor y el escritor en el set. No solamente en el set sino en la preparación del libreto; él recordaba dos casos fundamentales que eran el caso de [Francis] Scott Fitzgerald y el caso de William Faulkner cuando tuvieron sus experiencias en Hollywood. Estas experiencias, que están tan perfectamente narradas por Elia Kazan, cuentan lo siguiente: en uno de los comedores de Hollywood en una mesa estaban Faulkner con Tennessee Williams  y un director, técnico del momento cuyo nombre voy a callar; uno de los técnicos le comenta a Elia Kazan: pues bien, vamos mejorando, ya comen en la misma mesa, porque están preparando el 'garbage' (que en su traducción inglesa significa la basaura). La basura es para el monstruo de Hollywood o el técnico cinematográfico, el libreto que prepara un autor. Como ustedes verán, no es muy tentador y como pienso que todos los escritores contemporáneos sentimos una tentación fundamental por entregar nuestro material, o sea nuestra intimidad, a la imagen, y como yo he sido un escritor muy afortunado porque, como dije esta mañana, me casé con un director y un gran director, él tomó mis novelas y las llevó a un lenguaje auténticamente cinematográfico, pero para esto tuve ya un largo peregrinaje y un largo sentido de pensar, que aquel capítulo de una nueva novela que había sido plasmado minuciosamente, que a lo mejor me había llevado meses o años de elaboración minuciosa, significaba quizá una línea de un libreto cinematográfico. Yo no sé si alguno de ustedes habrá tenido en sus manos un libreto de cine; no existe nada más despiadado, más descarnado, más marcado, como si saliera de una probeta de laboratorio, y pensar que eso va a ser llevado a lo que ustedes van a admirar mientras están sentados después, tranquilamente, en una butaca. Para el autor enfrentarse con ese mundo  -para el escritor, no para el autor cinematográfico-, para él es algo terrible en el sentido de que no puede asimilar las dos técnicas de lenguaje. Ustedes lo podrán comprobar perfectamente al ver que obras de autores como [Fiódor] Dostoyevski jamás -sacando una sola excepción, la de [Luchino] Visconti en "Noches Blancas" [Le notti bianche, Italia-Francia, 1957]- han sido logradas en su totalidad porque casi siempre, como dice la mayor parte de los directores, de una buena novela es muy difícil hacer un buen film y en algunos casos de una idea que no es un gran libro, de una idea que está en el aire, un director puede hacer una gran realización.
Mi experiencia, como les digo, ha sido de autoeducación más que otra cosa, para poder comprender esta técnica, este nuevo idioma que es el idioma del cine. Un aprendizaje que comienza desde el cine-club con "La barquera María" [Fährmann Maria, Alemania, 1936] hasta terminar hoy en no dejar de ver ni siquiera el último western cinematográfico. De ese aprendizaje lo único que se ha conseguido es la conclusión de que yo jamás podré escribir un guión de cine. Por eso, en este primera Semana Universitaria en la materia, no tengo palabras para expresar mi agradecimiento a toda la gente que la ha organizado, dándome la oportunidad de aclararme a mi misma esta experiencia y comunicarla a ustedes.
De mi aprendizaje, yo podría escribir un diálogo ordenado por un director, y en mis dos experiencias -la de [Leopoldo] Torre Nilsson, que ustedes conocen, y la de [Fernando] Ayala en "Paula Cautiva"  [Argentina,1963]- yo lo único que he podido ser es un fiel servidor de la mano del director. Si ustedes me entregan un libro cinematográfico no podría decirles qué es lo que leo primero, como yo digo un poco elementalmente, lo del costado izquierdo o lo del costado derecho, es decir donde me van marcando la formación espacial de donde sucede la acción o donde está el diálogo.
Existe otra cosa que yo quería marcar y es por qué causa el escritor contemporáneo tiene esa tremenda tentación con el cine. Si ustedes son estudiantes, y espero que lo sean, de Literatura, por  los profesores que tengo acá a mi lado, sabrán que nada es más visual que el mundo literario que estamos habitando y la prueba de ello está en la tentación hacia la literatura contenido-imagen, a la literatura, filosóficamente hablando, del verbo-fenómeno. Así, la literatura se ha convertido hoy en una expresión donde nadie puede escribir si no tiene un profundo conocimiento filosófico y un profundo conocimiento del lenguaje. Todo lo demás es improvisación y, desgraciadamente, pienso que va a quedar en el más absoluto anonimato en los siglos futuros -si es que los siglos futuros van a juzgarnos. Podrán imaginar ustedes la tentación de todos esos escritores y comencemos por Marguerite Duras y [Alain] Robbe-Grillet, la tentación de la cámara-imagen; Robbe-Grillet dice que él ha tenido que dejar la pluma por la cámara, porque la cámara hoy es una pluma (y decir pluma es decir máquina de escribir). Creo que es una de las frases más hermosas y que más nos puede poner en alerta a los escritores contemporáneos. Ese nuevo sentido de la literatura es lo que ha dado películas como las de Marguerite Duras. La música, en la cual hay una experiencia conjunta entre imagen y verbo, imagen-escritura; Robbe-Grillet dice que esto lo puede hacer ahora, porque como les explicó Torre Nilsson ayer, estamos entrando en un mundo nuevo, que es el mundo de la no producción en gran escala, que es la producción del 'casette' o la producción de la máquina supersensible. Indudablemente toda esta técnica y todo este mundo es lo que queremos para un futuro y para una juventud interesada tanto en literatura como en cine. No quiero que mis últimas palabras, porque tengo mucho interés en responder a las preguntas que quieran hacerme, sean totalmente negativas para el autor que se asoma al cine. Vamos a ver qué es lo que el cine le da al autor y voy a hablar, en este caso, de una experiencia propia. A mí me ha abierto un mundo, me dio síntesis, me dio calle, me dio conocimiento de gente, me dio asomarme a un mundo que para mí hubiera estado totalmente vedado y aunque no me gusta la clásica frase de la torre de marfil, debo decir que a mí me hizo asomar a un país, a un tipo de gente y me dio unas vivencias que yo jamás hubiera tenido si hubiera sido el intelectual que reconozco en mí y que no puedo negar, es decir el intelectual de oficio, el intelectual, por sobre todas las cosas, universitario.
Beatriz Guido 

Texto extraído de:
"Semana de literatura y cine argentino, 14 al 20 de octubre de 1970"
Mendoza. Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras. 1972
(pp.19 a  23) 

Decálogo posible del director cinematográfico

Leopoldo Torre Nilsson

  1. Un director cinematográfico tiene que estar muy seguro de lo que quiere decir para permitirse el lujo de dudar de sus certezas.
  2. Tiene que tener un sólido y profundo conocimiento de las distintas técnicas de la realización cinematográfica para permitirse olvidarlas.
  3. Tiene que saber dar órdenes con ternura y ser profundamente tierno con autoridad. Tendrá el don de mandar sin hacerlo notar y sabrá esquivar las pautas sensoriales sin disminuir la consistencia de su mensaje.
  4. Sacrificará por su obra sus intereses y sus afectos, pero como la pérdida de éstos podrá debilitar su obra futura, sabrá reencontrarlos y preservarlos más allá del sacrificio.
  5. Su talento parecerá siempre mayor que su habilidad y su instinto será más fuerte que ambos.
  6. Con sus naturales cobardías tendrá que construir grandes hazañas y tendrá que disimular su valor para que no parezca pedantería.
  7. Abrirá siempre todas las puertas a los jóvenes para no respirar el aire enrarecido de la envidia y hará de sus conocimientos un pan compartido y cotidiano.
  8. Para perdurar, sus fracasos serán siempre éxitos y sus éxitos deberán ser respuesta a sus obsesiones y no a modas o demandas.
  9. Deberá abandonar el cine cuando descubra que el profesionalismo lo aleja de sus pesadillas y de sus vivencias, o de las pesadillas y las vivencias de los demás.
  10. Tendrá que saber escribir como los mejores escritores de su generación, y conocer al ser humano, al actor y a los técnicos como si fuera el confesor del siglo XVIII o el analista del siglo XX pero sin la limitación del preconcepto.
Leopoldo Torre Nilsson

Extraído del libro:
"Torre Nilsson por Torre Nilsson"
Selección y prólogo de Jorge Miguel Couselo
Buenos Aires. Editorial Fraterna. 1985
(pp.136 y 137)