Entrevista con Alfredo Alcón sobre Piel de Verano

Alfredo Alcón y Leopoldo Torre Nilsson

Entrevista telefónica realizada por Fernando Morelli y Sabrina Odoguardio:

-Yo tengo entendido que la película “Piel de verano” se rodó con un equipo muy reducido de personas, no más de veinticinco ¿Esto es así?

-Alfredo Alcón: Vos sabés que yo no tengo presente eso, puede ser. A mí lo que me interesaba era estar allí y estar con Nilsson, pero cuanta gente había...todavía no tenía capacidad para darme cuenta de otra cosa más que del hecho de estar trabajando con él ¿no?

-¿Pero había una diferencia importante con respecto a “Un guapo del 900” en cuanto a producción?

-A.A.: Te mentiría si te digo que me doy cuenta. Yo apenas me doy cuenta de cómo tengo que hacer el personaje y mi relación con la cámara. Yo lo veía a Leopoldo y no veía más que a Leopoldo. Y después estaba Anibal Di Salvo que siempre hacía la cámara y la luz. Pero si después había quince o había ocho [personas], no me quedó registrado. No digo que no sea importante. Es probable que se haya hecho con un elenco reducido pero no sería yo el indicado para decírtelo.

-¿Vos tuviste oportunidad de leer el cuento de Beatriz antes de componer el personaje de Martín?

-A.A.: No. Leí directamente el guión de la película.

-¿Recordás qué te dijo Leopoldo sobre tu personaje?

-A.A.: Leopoldo no era un director de explicarte. Él creaba un clima y te decía, por ahí, una palabra. Pero no es que te sentaras en una mesa a discurrir sobre cómo es el personaje. Yo por lo menos nunca lo hice con Nilsson. Conmigo era entrar al lugar donde se filmara y entonces me decía: “Bueno...acordate que venís de allí” y “cómo te sentirías ahora”. A veces me decía cosas mientras yo estaba actuando, me decía: “sentís un ruido... asombrate” “¡Mirá para allá!” Y yo lo hacía.

-¿él trabajaba con ensayos o directamente se tiraba la toma?

-A.A.: Muy pocos ensayos. Yo no me acuerdo de haber ensayado con él.

-¿Eso a vos te servía para interpretar?

-A.A.: A mí me servía él. Me servía el clima que él creaba de trabajo. Donde todo el mundo ponía lo mejor de sí. Porque era un hombre que nunca lo oías gritar, ni estar de mal humor. Sino que creaba un clima de trabajo muy creativo y él confiaba mucho en el otro. Yo no sé muy bien qué le pasaba a él por dentro, porque uno nunca sabe qué le pasa al otro realmente por dentro, pero la impresión que me daba es que él se rodeaba de gente en la que creía. Cuando alguno venía con algún problema Nilsson le decía: “Yo confío en usted”, entonces el otro lo iba a hacer de la mejor manera posible. Creo que a él no le gustaba el ensayo previo, hay muchos directores que detestan los ensayos previos y otros creen que son fundamentales, y cada cuál tiene sus maneras y sus necesidades. Pero Leopoldo no era de ensayar.

-¿Vos recordás si Beatriz estaba en el rodaje?

-A.A.: Beatriz estaba siempre. Preocupándose si hacía calor por llevarle un helado, si hacía frío de llevarle algo caliente. Ella estaba escribiendo sus cosas, sentada donde fuera en el medio del despelote de la filmación, ella estaba aislada en lo suyo, escribiendo, pero con una antena muy atenta a todo lo que Leopoldo necesitara.

-¿Vos recordás si Beatriz te dijo algo sobre la relación entre los personajes?

-A.A.: No, no me dijo nada.

-¿Vos recordás qué dificultad te presentó el personaje al momento de componerlo?

-A.A.: Bueno, lo que te pasa con todos. Tratar de meterse en ese clima, bueno... no con ése especialmente. Había una cosa melancólica de ese hombre que estaba enfermo y que le mentían. Había una cosa de no vivir en la realidad. Un miedo a enfrentarse con la realidad.

-Viendo la película observamos que él habla todo el tiempo y no la deja hablar a ella.

-A.A.: No debe tener muchas ganas de saber mucho,  más que lo que él necesita, que es lo que  se imagina de ella, que datos concretos de ella. Ha pasado mucho tiempo y yo no guardo memoria de mis experiencias con los personajes. Creo que seguramente están en mí pero no las tengo concretas. Como para decirte a mí me pasó tal cosa. Son como paisajes donde uno se mete. Lugares donde uno entra y ve unos colores. Ve unas formas, unos árboles, unos ríos y una montaña o un desierto y después te vas a otro lado. Y eso no es que no te queda; te queda pero no conscientemente. Yo estoy seguro que todavía hay algo en mí del personaje de “Piel de verano” pero no lo tengo consciente. Nilsson trabajaba mucho con eso, por eso nos entendíamos tan bien, no creía en las palabras concretas sino que buscaba la ambigüedad: la no concreción de un pensamiento para hacer una escena. Así como cuando uno está viviendo no está consciente de cada gesto que hace ni de las motivaciones, cree que lo hace por una cosa pero en realidad lo hace por otra. Es decir, todo ese mundo, que era también el mundo de Beatriz, donde lo no concreto es mucho más atractivo que el cerrar la puerta a la verdad, o abrirla, o mirar para la derecha o para la izquierda.

-Es como que se supeditaba a lo que pasaba en ese instante, por eso no ensayaba.

-A.A.: Yo creo que un poco sí. Un poco era eso. Por eso él creaba esos climas de trabajo. Yo al principio pensaba: “¡cómo pierde el tiempo!”. Cuando venía un actor que no tenía que hacer nada, que tenía que pasar por delante de la cámara y decir: “Buenas tardes”, él lo llevaba aparte, le preguntaba...cuando terminaban de hablar, yo no sé de qué hablaban, pero cuando el otro se daba vuelta y venía de hablar con Nilsson venía como flotando porque le había preguntado su opinión sobre la escena. Un día yo le dije que me parecía una pérdida de tiempo, y él me decía que no porque “hablando con el actor, por ejemplo, enciendo una lamparita de creatividad, un estado de que soy necesario y que lo que siente es importante para contar el cuento, que hace que se sienta imprescindible y que por lo tanto crezca como actor. En cambio si lo tratás diciéndole: vení para acá, andá para alla... el otro se siente como un mueble.” Era un hombre muy delicado con un gran sentido del humor. Un humor muy especial, por otro lado. Era leve, era difícil de definir (por suerte).

-Volviendo a la peli. Nosotros vemos que la interpretación tuya es más expresiva y gestual y la interpretación de Graciela es sutil en los gestos, aunque es ella la que tiene el conflicto interno ¿Leopoldo les planteó estas diferencias?

-A.A.: No sé cuales serían los diálogos entre Leopoldo y Graciela.

-¿Y con vos? Con esa enfermedad tan mostrada, tan a flor de piel.

-A.A.: Eso sí. Me decía que era un hombre que vivía a partir de su enfermedad. Pero con muy pocas palabras, te repito, eran sensaciones... que me miraba de una manera, o había un aliento, una respiración que él creaba en el momento, que producía un determinado estado. Por otro lado, la visión de una película, o de una obra de arte, o de cualquier cosa en la vida, es tan subjetiva que a lo mejor lo que vos ves; que lo ves concretamente: que Graciela estaba de tal manera y yo estaba de otra, es una visión tuya. Pero a lo mejor otro ve otra cosa completamente distinta. Y eso es lo bueno. Las opiniones humanas son completamente subjetivas. ¿Como se puede ser objetivo? Decir esto es así. Esto,  para mí el jueves 21 cuando la vi a las nueve de la noche, era así. Pero a lo mejor la volvés a  ver y ya no es así. Porque las cosas siguen estando vivas, y vos también por otro lado, porque como no sos sólido, sos líquido. Tu opinión es una opinión efímera. No es un mandamiento. No es una ley escrita.

-Pero es una opinión que está interpretada de la película

-A.A.: pero vos de la novena sinfonía de Beethoven podés hablar quinientas cosas, cada persona escucha una cosa distinta. Porque entre más rico es lo que ves, más ecos tienen en vos y más colores ve la gente. Por eso una gran obra... pasan quinientos años y se sigue haciendo “Rey Lear” como si se hubiera escrito ayer y cada generación le encuentra nuevas cosas, y cada espectador que lo ve encuentra algo distinto: ¿Por qué? Porque eso está vivo y uno no lo puede cosificar con una mirada juzgadora: Decir que esto es así y lo otro es así. Es así ese día que vos lo viste. Ese día en que vos estabas en ese estado. Pero si volvés a ver la película date la libertad de pensar que a lo mejor vas a encontrar otras cosas mejores o peores.

-Pero también hay una frescura en las películas de Leopoldo que nos permite a nosotros encontrar en ellas cosas que en su momento no se encontraron.

-A.A.: Por supuesto. En la medida que la obra tenga una mirada de eternidad. Una mirada de tiempo y no que sea circunscripto a la cosa más cotidiana y concreta, la obra tiene unas alas a las cuales uno no puede ponerle debajo un calificativo como si fuera una mariposa disecada. La obra está viva y como vos que la estás viendo también estás vivo, tu opinión es interminable. Se acaba cuando uno ya no tiene más ganas de buscar.

-¿Vos recordás cómo se recibió la película en su momento?

-A.A.: Yo creo que no fue un gran éxito. Por otro lado casi ninguna película de Nilsson de esa época lo tenía. Eran éxitos mas bien...

-Afuera

-A.A.: Sí, fuera y también alguna crítica especializada. Pero en general no causaban ni en la mayoría del público ni en nadie, nada demasiado entusiasta. Él tenía una actitud bastante libre sobre eso. La mirada del otro no lo limitaba. Yo creo que él sentía que él estaba más allá de eso.

-¿Vos por qué pensás que eso es así? ¿Por qué esa liviandad ante la película?

-A.A.:  Porque [existía] cierta teoría sobre que un intelectual, ya el calificativo: sos un intelectual. Hacés un cine para intelectuales. Al público le hacen creer que eso no es para ellos, entonces la gente por ahí no va. O va pero no está preparada porque está acostumbrada a ver una cosa menos imaginativa. Entonces cuando ves una imaginación que no se parece a la mayoría de las cosas que has visto; hay un desconcierto que hace que uno se sienta alejado de eso que, por ahí , es lo que necesita. Un hombre se puede morir en medio del campo sin conocer la penicilina que la necesitaba para curarse de la enfermedad y sin conocer a Bach, y no quiere decir que no sea esencial para un hombre conocer a Bach, sin embargo ¿Cuántos hombres conocen a Bach? Para circunscribirnos a esta película, que no es Bach desde luego, pero que trata de ser algo más que el cuentito formal de una historia.

-Hay una búsqueda

-A.A.: Hay un cierto desconcierto en un público que, no por culpa del público, no  está acostumbrado a la búsqueda de nuevos caminos para contar las cosas. Más allá de los defectos que podía tener la película y de su creador, que era un hombre que se estaba buscando a sí mismo, no es que encontraba y que todo lo que hacía era perfecto, sino que estaba buscándose. Hay películas de Nilsson que a mí no me gustan nada y otras películas que me gustan mucho.

-¿Podemos saber cuáles?

-A.A.: No. pero yo creo que Nilsson podía hacer cosas mejores que “El santo de la espada”, o el libro del Santo de la espada que estuvo censurado, aún ese libro no se podía estrenar. Hay que pensar en las condiciones en las que trabajó Nilsson... Si Fellini hubiera nacido en Bolivia no se hubiera enterado de que era Fellini. Ninguno de nosotros puede estirar los brazos todo lo que te da el brazo. Nilsson vivió siempre o perseguido por la censura, o perseguido por la censura económica. Faltando plata para hacer las cosas como el quería. De pronto le venía un desgano, un cansancio. Después se volvía a entusiasmar. Por ahí hacía “El santo de la espada” para poder hacer después algo que le gustara más. Tenía que arreglar. Sobrevivir. Como todo latinoamericano que lo que sabemos hacer es sobrevivir. Vivir no sabemos muy bien qué es.

-¿Vos cómo interpretás la relación creativa entre Beatriz y él?

-A.A.: eso era amor. Se podía palpar cuando estaban juntos. Eso no quería decir que se llevaran siempre bien. Se peleaban. Él la dejaba en el medio del campo y ella se quedaba lo más tranquila escribiendo en medio de las vacas y él espiaba por el retrovisor y me preguntaba: “¿Qué está haciendo? ¿Decime qué está haciendo?”, “Nada, se sentó a escribir”. Bromeaban, él le decía “Si yo viera un poco más, yo te largaba. Pero como no veo”. Más allá de las bromas, vos te dabas cuenta que había amor. Beatriz, cuando él murió, había días que no podía soportar más el no estar esperándolo y se iba al aeropuerto de Barajas a la hora que venían aviones de Argentina, sabiendo por supuesto que él ya no iba a venir porque había muerto, pero había segundos donde tenía esperanzas de verlo aparecer. La relación era de amor: un hombre y una mujer que se amaban, se peleaban y se necesitaban el uno al otro esencialmente.

-En una biografía sobre Leopoldo [“El gran Babsy” de Mónica Martin] él dice “Si tengo que hacer la película de un enano: la hago con Alfredo Alcón, si tengo que  hacer la película de un gigante: la hago con Alfredo Alcón, si tengo que hacer cualquier película la hago con Alfredo Alcón.

-A.A.: él me regaló afecto, cariño y fe en mí. Él me ayudó a crecer como persona, como actor. Son esos regalos que te puede hacer un alma muy generosa y esa frase es una gran generosidad hacia otro. No es que yo me la mereciera sino que él tenía la capacidad de ser generoso.

viernes 23 de noviembre de 2007