Leopoldo Torre Nilsson en el festival de Cannes (nota 2 de 2)


En 1962 Leopoldo Torre Nilsson presentó en la selección oficial del festival de Cannes su film "Setenta veces siete". Junto a él concurrieron un grupo de nuevos cineastas argentinos (quienes años más tarde serían agrupados bajo la denominación de Generación del '60), cuyos films habían sido seleccionados para exhibirse fuera de competencia. En el siguiente artículo, que transcribimos íntegramente, Nilsson comparte con nosotros su particular visión del festival de Cannes y nos comenta cómo fue la recepción de los films, de los nuevos artístas argentinos, entre el público y la crítica franceses:
Nuevo cine y cine en Cannes 
Todavía me veo detenido, un dos o tres de mayo de 1957, en una inhóspita esquina de Cannes, barbudo y desconcertado (venía de un viaje de doce horas en auto), sin saber para dónde agarrar, con las maletas dispersas en la calzada, recibiendo la mirada desdeñosa de los porteros de un entonces inaccesible hotel Martínez, tan inaccesible como el Palacio del Festival, las indiferentes 'vedettes' o los demiúrgicos André Bazin y Georges Sadoul, o el 'diabolique enfant' Truffaut.
El cine argentino, por aquellos tiempos, pese a nuestra famosa 'edad de oro' o a nuestro alardeado prestigio industrial, no era para los europeos más que una basta cocina donde se cocinaban algunos suculentos melodramas burgueses, cuyo cocinero más notorio era un señor Amatori o Amadori, y que sólo una vez había provocado curiosidad a través de 'Las aguas bajan turbias', de Hugo del Carril.
Estas lejanías reverdecen por contraste cuando ahora los críticos nos preguntan con auténtica curiosidad sobre cuál será el próximo film de Lautaro Murúa o cómo es 'Los inundados', de Fernando Birri, del cual tanto han oído. Este contraste está patente en artículos de Les lettres Françaises donde se habla del movimiento argentino como el del nacimiento de una auténtica nueva ola. En las funciones de Cinemateca Francesa el nombre de Fernando Ayala ya es habitual, o el homenaje a David José Kohon concita la atención de todo el estudiantado de la Ciudad Universitaria y de la crítica especializada.
El nuevo cine argentino está en Europa, se siente en las rumorosas salas que asisten a las exhibiciones de 'La cifra impar', de Manuel Antín, o de 'Los jóvenes viejos', de Rodolfo Kuhn, aplaudidas y comentadas de veras, no como esas falsas noticias de los cables de otrora, que hablaban de aplausos cuando ni siquiera habían existido espectadores.
Este año Cannes tuvo un festival realmente poderoso. La crisis del cine espectáculo se ha hecho sentir en el mundo. Los grandes tiburones escapan de los festivales. Allí están esos 'cargosos' de los críticos capaces de desinflar un 'Ben Hur', de William Wyler, para remontar a un Michelángelo Antonioni. Después de todo 'Los cañones de Navarone' (J. Lee Thompson), dicen ellos , hace fortunas, riéndose de las opiniones de los especializados. Entonces dejan el campo casi libre. De Estados Unidos viene un valiente film de Otto Preminger, 'Avise and consent', un poco seco cinematográficamente, pero con un valor de denuncia incuestionable (hubo quienes sostuvieron -L'Express si mal no recuerdo- que fue el film más valiente del Festival).
De la India, estuvo un hermoso Satyajit Ray, 'La diosa', con majestuoso ritmo lento y una permanente y persuasiva belleza que jurado y público tuvieron la torpeza de ignorar. El público de Cannes está compuesto por turistas al paso, vecinos de la localidad y adictos a un film y enemigos de los otro, todo lo cual lo convierte en uno de los menos receptivos y más anodinos del mundo. Silban casi siempre a un Antonioni y aplauden cualquier film demagógico.
'Cleo de 5 a 7' [Agnès Varda] es estilísticamente uno de los mejores films presentados. Indaga en la simultaneidad sonora, frecuenta una imagen incisiva y si bien desatiende factores de causalidad psicológica, prueba que el arte de dirigir no es sólo atributo masculino. Agnès Varda tiene mucho que decir en los azarosos futuros del cinematógrafo.
A todo esto, la delegación argentina ha crecido en número y calidad. Rodolfo Kuhn viene a mostrar 'Los jóvenes viejos', que seduce a los críticos ingleses Roud y Robinson, y tienta a distribuidores alemanes y norteamericanos. El productor Leo Kanaf trae 'Alias Gardelito', de Lautaro Murúa, para una muestra seleccionada por críticos, especialmente para el festival. Pese a haber sido exhibida si subtítulos en francés (lo cual motiva que la delegación argentina se disperse en la sala y cuente a sus vecinos el argumento) provoca la aprobación de la crítica especializada. El productor Marcelo Simonetti asiste a la presentación del tercer episodio de 'Tres veces Ana', de Kohon. Seleccionaban un film por país pero como los dos presentados por Argentina fueron considerados de notable importancia, se resolvió salomónicamente formar un programa argentino con un fragmento del más largo 'Ana', y la visión íntegra de 'Alias Gardelito'. El primero se exhibe con subtítulos en inglés y confirma lo que ya se esperaba de Kohon.
Es sorprendente como ya se conoce lo que hacemos, y pensamos quienes somos los responsables del cine argentino actual. Creo que se debe a nuestra presencia en los festivales europeos y a la inteligente distribución de invitaciones para el Festival de Mar del plata. Los argentinos nos dividimos estratégicamente. Ahí está Héctor Grossi informando, incansable, a cronistas extranjeros, Ghirardi jefe de la delegación, atendiendo con proverbial simpatía a delegados. Néstor Gaffet, Simonetti, el productor Siri Longhi, discutiendo coproducción, ofertando y atendiendo demandas.
A todo esto el Festival no se detiene. Brasil sorprende con un buen film que es aplaudido en sorpresivo delirio por mucho: 'El pagador de promesas' (O pagador de promesas), de Anselmo Duarte. Hay quienes sostienen que el film es antirreligioso y quienes sospechan la triquiñuela mística de atacar a algunos sacerdotes para defender la esencia de la religiosidad. Hay quienes intelectualmente lo desdeñan y dicen que es una trampa. Hay quienes lo exaltan sin ser brasileños. Nadie sospecha lo imprevisible, pese a que Duarte, en exaltadas conferencias de prensa, aseguró haberlo hecho a medida para los premios de Cannes.
Robert Bresson nos da una flaca 'Juana de Arco', a cientos de kilómetros de Dreyer. Para mí es el borrador de un film, como si alguien resolviera hacer una prueba de textos e intérpretes y después se quedara sin dinero para hacer el film, y compaginara esas pruebas agregándole cuatro o cinco pedacitos. Algunos -pocos- críticos la encontraron genial. Deben ser los dietistas del cine. Esos que quieren que se despoje de tantas cosas como para dejarle pura síntesis, sin darse cuenta que el genio sólo sale de la abundancia, la abundancia de un Tolstoi, un Dostoievski, un Joyce. Que la elipsis es importante en la medida que sugiere y a veces sólo es falta de inspiración. O de cosas que contar.
Unas extrañas moscas pueblan mi ojo izquierdo y mi oftalmológico me aconseja descansar la vista. Descansar la vista en un festival es como amputarse un brazo en la arena de los gladiadores. Puedo prescindir de Michael Cacoyannis (pese a que me dicen que su 'Electra' es en su barroquismo una de las mejores cosas del festival) pero no puedo abandonar a Antonioni y 'El eclipse', y ahí estoy aplaudiendo en la boca de los que silban. Insultando en inglés, en italiano y en francés a los buenos burgueses que bostezan, suspiran fastidiados y comentan jocosos, incapaces otra vez de asimilar la belleza, sorprendidos en su mala fe de imbéciles. Antonioni, esta vez quizá demasiado calculadamente él mismo, arma un notable clima en la primera mitad del film, reconstruye una bolsa febril con precisión matemática, pinta una media burguesía decaída y banal con insistencia un tanto abrumadora. Y luego entra a un clima apasionado con sutileza no desposeída de pasión, que no promete futuros y gozosos Antonionis. Y termina con unas imágenes abstractas, implacables, bellísimas, que sugieren la separación de los amantes, la nueva incorporación a sus mundos, bolsa uno, frivolidad otro con un mundo que ya no los habita, donde hay deshielos, muros, aguas que corren, institutrices, plantas, ya para siempre sin ellos.
Antonioni y Luis Buñuel, cuyo 'Ángel exterminador' es un perfecto círculo de crueldad, talento, asfixia y denuncia, nos han dado lo mejor del Festival de Cannes. Después vendrán los premios, ofertas, demandas, juicios, desdenes, semanas. Pero las obras están allí, sobreviviendo a ocasionales estupideces. Más allá de las barrigas y los suspiros. Donde el mundo será paraíso y el paraíso talento, cultura y alimento para los más y no para los menos.
Leopoldo Torre Nilsson 

Publicado en la revista 'Tiempo de cine' de Buenos Aires, número 10/11, agosto de 1962.